El germen de ¡Viva!, el espectáculo de danza que este viernes 27 de agosto sube al escenario del festival Flamenco On Fire, tiene un origen muy concreto: los recuerdos de infancia de Manuel Liñán, el bailaor y coreógrafo que lo concibió en 2019. “Es un espectáculo que siempre tuve en mente, pero que solo he conseguido verbalizar hace no tanto tiempo”, explica. “Mi idea era plasmar y dar forma a todo lo que había quedado anclado”.
Lo que se había quedado anclado eran los sentimientos encontrados que Liñán experimentaba cuando, de pequeño, intentaba jugar libremente con elementos asociados tradicionalmente a lo masculino o lo femenino. “Fue chocante descubrir que, cuando quería manifestarme de una determinada manera, me convertía en motivo de burla”. Menciona el movimiento de las manos, imprescindible en el flamenco. “Cuando estaba en la academia quería mover las manos así, más redondito, y me decían que no, que no, que así solo las movían las chicas. Eso provocaba risas. Me daba cuenta de ello. Y, cuando llegaba a mi casa, me encerraba en un cuartito, cogía ropa de mi madre, una falda, unas flores, a veces me pintaba, me ponía música, y daba rienda suelta a algo que no eran fantasías, sino el hecho de reconocerme a mí mismo. El miedo convirtió aquello en un hecho privado, cuando debería haber sido un hecho público. La puerta de la habitación me escondía del resto del mundo. Y en esa puerta es donde se sitúa ¡Viva!”.
Liñán se expresa con precisión y sencillez; es una historia que está acostumbrado a relatar, porque esa vivencia resulta imprescindible para entender el drama que articula un espectáculo en el que el granadino, junto a un grupo de bailaores y bailarines, despliega un estilo libérrimo pero ortodoxo con atuendos, maneras, gestos y dejes habitualmente asociados a las mujeres, y no a los hombres, que bailan flamenco. El hecho diferencial, frente a otros intentos de transgredir las fronteras del género, radica en que en su trabajo no hay ironía, humor ni caricatura. “Quería que la calidad del baile fuera lo primero”, afirma. “Cuando, en otras ocasiones, me he travestido para bailar, he tenido la sensación de que tenía que hacerme el simpático para poder ser aceptado, y eso también me causaba dolor. Yo quería travestirme de una manera seria para bailar. Buscaba aceptación, pero desde la seriedad y la formalidad, no desde la gracia”.
Liñán nació en el seno de una familia familiarizada con el vértigo escénico –su padre fue torero y la familia de su madre cuenta con varios músicos clásicos–, pero no necesariamente con el flamenco. De hecho, su primer contacto con la danza tuvo lugar en el colegio, después en la academia, y más tarde en cursos y clases con maestros de la danza. “También aprendí mucho con la televisión, viendo Puerta del Cante en Canal Sur, o grabaciones. Recuerdo la primera vez que vi en la pantalla a Milagros Mengíbar, fue impresionante. O a Merche Esmeralda, Manuela Carrasco y Javier Barón. Pero no seguía un modelo concreto. Era un niño muy fantasioso. Cuando jugábamos al circo, yo siempre hacía de director. Y cuando empecé a bailar en las escuelas, lo mejor que me podían decir era ‘móntate tu baile’. Se me abría un mundo”.

Fuente: El país, El Diverso